Espigas y lucha: lo que San Cayetano te da, Milei te lo quita

  • Publicado el 08/08/2025

En la puerta de la iglesia, las necesidades se hacen carne en los rostros de los fieles, que no sonríen, pero creen. El sol glacial del jueves viene asomando por la calle Cuzco. El frío es siberiano en el fronterizo barrio de Liniers. Filas kilométricas, mercado persa, demostración de fe, manifestación popular, marcha combativa, postal religiosa de la crisis. El 7 de agosto, todos los caminos conducen a San Cayetano.

Es una fija. Llueva, truene, caiga blanca nieve digna de El Eternauta, Armando nunca falta a la cita cayetana: “Es que el santo siempre me ayudó, no le puedo fallar”. Arrimado desde Laferrere, el cocinero espera su turno desde la madrugada para rendirle tributo al patrón del pan y el trabajo: “Por suerte no me faltan, en estos años que son malísimos. No hay que perder la esperanza, van a venir tiempos mejores”. Cuestión de fe.

El paso de los fieles activa el pregón intermitente de los vendedores. “¡Espigas, espigas!! ¡¡Velas, velitas!!”. Los dealers ofrecen a cuatro manos. El merchandising del santo es variopinto: souvenirs, estampas, llaveros, calendarios, monederos, sahumerios desde donde el barbudo hombre de Dios mira con piedad. La oferta es mucha, la demanda es poca. “La gente lleva lo justo y necesario. ‘No hay plata’, como dice el presidente”, lamenta Susana, curtida vendedora con más de 60 años en el comercial gremio non sancto. La rubia emponchada de lana hasta la frente ofrece espigas a mil devaluados pesos cerca del cruce ferroviario: “Mis viejos tenían puesto, yo de pibita dormía debajo de los tablones. Se vendía un montón. Esto es peor que el 2001, a la gente no le alcanza ni para el pasaje del colectivo”.

 

“Trabajo digno, señor. Eso es lo que necesita mi nieto, y todos los argentinos”, suplica Teresita al santo. La dama es jubilada, de la mínima. Llega ante el patrono ayudada por su hijo Oscar. “Mi vieja quería venir, y acá estamos. No soy creyente, pero quiero verla feliz y que mi hijo consiga un trabajo. En una de esas, empiezo a creer”, giña el ojo Oscar. Se sabe, la necesidad tiene cara de hereje.

El tour de force de los fieles termina cerca de las puertas del templo, donde reciben una botellita de plástico llena de agua bendita. “Llevo para mi familia, para los vecinos, para los que no pudieron venir, pero tienen necesidades. Hay hambre en Argentina, espero que San Cayetano ilumine al presidente a la hora de tomar decisiones, pero lo dudo”, dice Carlos, jubilado arrimado desde Flores. Antes de dejar el templo, don Carlos se persigna y reza: “Milei no cambia ni aunque se bañe en agua bendita”.

La larga marcha

A las nueve de la matina, desde el kilómetro cero de la fe en Liniers parte la marcha rumbo a Plaza de Mayo. Sindicatos, movimientos sociales, laburantes castigados del textil, la pesca, el Estado y la construcción, curas villeros, decenas de fieles de a pie caminan desde la tórrida Iglesia de San Cayetano hasta el frígido centro porteño. Piden pan, techo, tierra, paz y trabajo digno en los oscuros tiempos de Milei.

Frente a la crueldad libertaria que avanza, hacen lío. “Es palabra de Francisco, y lo hacemos caso. Marchamos contra las políticas del hambre, por nuestros derechos, porque  hay un pueblo que tiene fe en que esta realidad puede cambiarse con lucha”, dice Charly, desde la gruesa columna de laburantes de comercio. Patean la avenida Rivadavia empujando changuitos de supermercado vacíos. Detalla Charly: “Con los sueldos de miseria, esto es lo que se puede comprar en los tiempos de Milei, nada”.

Militante de base, Arturo camina y dice que, frente a la cultura del descarte que golpea al pueblo, no hay que poner la otra mejilla: “El cambio viene desde abajo, desde el pie, desde el pueblo. Milei no es el representante del pueblo, es un títere de los poderosos. Nosotros estamos en la otra vereda, con los más necesitados, con la Iglesia en la calle, porque ahí se juega el futuro. Ojalá San Cayetano nos dé una manito”.

Alejandra prepara el pan nuestro de cada día en los comedores comunitarios de Dock Sud. La cocinera no tiene dudas: “La lucha es en comunidad, por eso marchamos todos unidos. Y aunque el gobierno nos mande a la policía, nos saque la comida, nos quite derechos, acá estamos. Con la lucha viva y la fe inquebrantable. Marchamos para que haya laburo, paz, tierra, pan y sobre todo dignidad”. Dios te escuche, Alejandra.

Amén.

 

 

Nota Tiempo Argentino - fotos Antonio Becerra