El silbato de Miguel

  • Por Juan Francisco Vilches -
  • Publicado el 13/10/2019

                                 Capitulo I

                          La Batalla de Leños

 

- ¡Sí! ¡Sé de dónde procedo!

Insaciable cual la llama

quemo, abraso y me consumo.

Luz se vuelve cuanto toco

y carbón cuanto abandono:

llama soy sin duda alguna.

 

-¡Hijos de puta! ¡Los vamos a matar!

Los gritos interrumpieron el recitado a viva voz de Miguel Abuelo de una poesía de Nietzche, en pleno centro juninense, y recorrieron como un rayo su pequeño cuerpo danzarín. En menos de un segundo dio media vuelta y su mirada pendenciera de chico de la calle se dirigió a la pelea que se había formado en Leños Bar, en Saénz Peña y Pellegrini, una tradicional esquina de la ciudad.  

Era una madrugada bonaerense de 1987. La última versión -con averías y desgastes- de Los Abuelos de la Nada había tocado hacía unas pocas horas en un boliche. Músicos y plomos volvieron al céntrico Hotel Embajador, y luego algunos bajaron al bar y otros se quedaron en la vereda. A media cuadra, en Leños estaba de moda comerse una hamburguesa para apaciguar el hambre y pasar la borrachera luego del boliche. La mayoría de las veces, la borrachera no pasaba.  

Según los forasteros, la provocación vino de parte de los lugareños. Según los lugareños, de parte de los forasteros. Conociendo a los protagonistas, lo mismo da: el desenlace fue una pelea de proporciones, que se recuerda hasta hoy. 

Los Abuelos y los juninenses se trenzaron a golpes de puños; Miguel, con un toque de pueblo originario de las pampas, llegó último, revoleando su silbato como una boleadora. El campo de batalla fue entre el café y el hotel, en un torbellino de sillas, botellas y vasos que volaban. Los integrantes de la banda tuvieron al saxofonista Willy Crook y Miguel como estandartes; uno de los juninenses terminó con el brazo quebrado, tras un ataque con un cenicero de vidrio macizo. 

Minutos después, terminada la trifulca –a mediados de los años ochenta aún había quien decía esa palabra-, Miguel Abuelo se tocó el pecho desnudo y gritó: “¿Dónde está mi silbato? ¡Devuélvanme el silbato, hijos de puta!”

 

 

 

 

La última formación de Los Abuelos de la Nada, días antes de la Batalla de Leños

                                                   

 

                                                                                                    Capítulo II      

                                                                                                Silbato en cruz

 

La particularidad del silbato de Miguel Abuelo –Miguel Angel Peralta para la libreta de identidad, nacido el 21 de marzo de 1946, buscavidas, poeta, cantante, líder de Los Abuelos de la Nada- es que tenía forma de cruz, típico de la samba brasileña. Lo acompañó durante recitales por todo el país hasta la Batalla de Leños. Aparece, sin ir más lejos, en la foto icónica tomada durante un recital organizado por la Rock And Pop en 1986, donde Miguel recibió un botellazo en la cara pero continuó, sangrante y heroico, cantando Himno de mi corazón.                                                                                                                               

 -¿Por qué el silbato-cruz, Miguel? -le preguntaban los amigos que no podían imaginar una persona más alejada de la práctica religiosa, y que desconocían el origen carioca del instrumento.  
-No te olvides que pasé mi infancia rodeado de monjas -respondía con una sonrisa irónica, en sus días amables.

En efecto: en la segunda mitad de la década del 40, el niño Miguel vivió en el orfanato de monjas de Villa Devoto desde que su madre contrajera tuberculosis, con padre ausente. Pero no tuvo ninguna experiencia mística: durante su infancia rezó poco y peleó mucho. Y de tanto ir a la dirección por pelear fue adoptado por el propio Director del orfanato y su mujer, hasta que su madre se recuperó de la enfermedad.

En su adolescencia, su primera poesía tocó un tema bíblico, la relación entre los hermanos Caín y Abel. Sin embargo, en 1975 declarará su ateísmo en “Estoy aquí parado, sentado y acostado”: “No tengo Dios. No tengo a nadie para llorar. Este es mi cuerpo. Siento a mi alma. En corazón abierto”. (La canción pertenece a su disco Miguel Abuelo & Nada, que fue grabado en Francia gracias al multimillonario Moshe Naïm, quien había financiado también a Dalí y a Picasso).
 
Y aunque algunos presos encuentran en la espiritualidad su redención, en julio de 1979, Miguel no prestó atención a la cruz que había en la pared del calabozo de la cárcel de Ibiza, España, donde cayó preso en julio de 1979 acusado de robar joyas. Más bien, estaba preocupado en demostrar su inocencia, y lo hizo. Sin embargo, continuó detenido por estar indocumentado. (En el techo de la penitenciaría, Miguel aseguraba haber visto desde una posición privilegiada el show que brindaron los Rolling Stones por el aniversario de la isla).  
 

Más allá del espíritu religioso, el silbato en cruz carioca le cayó como anillo al dedo a Miguel por el carácter festivo de la segunda formación de los Abuelos de la Nada en los principios de los 80. Junto a Charly García con sus Clics Modernos, Virus, Soda Stereo, Los Twist, Viudas e Hijas de Roque Enroll, los Fabulosos Cadillacs, cada uno con sus matices, comenzaron a ponerle un poco de diversión al aletargado rock argentino.

Una imagen icónica de Miguel Abuelo, cantando luego de recibir un botellazo de parte del público. 

 

                                                                                                 Capítulo III     

                                                                                         La pasión de Ariel Visser

 

Poco después de la Batalla de Leños, el joven Ariel Visser comenzó a trabajar en el bar. Fanático de los Abuelos, no tardó en enterarse que uno de los habitués del lugar se había quedado con el silbato y comenzó a pedírselo, sin éxito.

-Dale, ¡te lo compro! –alcanzó a proponerle. Más lo hacía, más se negaba el circunstancial propietario.

Aquellos días llegó a soñar con el instrumento. Sin embargo, fue paciente. Un par de meses después, el habitué del bar festejó su casamiento y Ariel hizo de DJ de la fiesta. Cuando llegó el momento del pago, el barman y pinchadiscos propuso:

-No me pagues, quiero el silbato

El habitué accedió, y Ariel tuvo consigo el objeto preciado.

Luego de la muerte de Miguel Abuelo, el 26 de marzo de 1988, en la clínica Independencia de  Munro, por complicaciones luego de una operación de vesícula causadas por su infección de VIH, entendió que no debía tener el silbato. Que tenía que entregárselo a Gato Azul, el hijo de Miguel, a quien le pertenecía por sucesión.

No vio la oportunidad hasta una reunión de los Abuelos de la Nada en 1997 –con Gato Azul como cantante y sin Andres Calamaro, quien tocó un par de shows como invitado-. Viajó a Buenos Aires, miró el show en el Hard Rock Café, y cuando terminó, pudo hacerle señas y mostrarle el silbato a quien pasó más cerca de las vallas, el saxofonista Daniel Melingo.

-¿Qué hacés con eso? Pasá – le dijo el autor de Chalamán, pidiéndole a los de seguridad que lo dejaran ingresar. Entró a los camarines. Se le acercaron dos jóvenes, con ganas de pelear.

-¿Cómo tenés  ese silbato? ¿Se lo robaste a Miguel? –le preguntaban, pechéandolo.

-Paren loco, ¿qué les pasa? –los frenó Gato Azul. Y le preguntó a Ariel: -Y vos, ¿qué hacés con eso?

Lo más rápido que pudo, le contó la historia de cómo llegó a sus manos el instrumento, de su pasión, y de la decisión de entregárselo a él.

-No, loco. Quedátelo vos. Si lo cuidaste hasta ahora, es tuyo –le dijo Gato Azul. Y se dieron un abrazo.

Hoy, más de tres décadas después, el silbato está en Junín, en la casa de Ariel Visser, junto a una revista Pelo que tiene a Miguel Abuelo en la tapa. Y lo muestra, orgulloso, a quien quiera verlo.

Tranquilo, Miguel. Quedó en buenas manos.

 

 

Ariel Visser con el silbato de Miguel Abuelo. Año 2019