Cómo ver "Star Wars" y entenderlo todo
- Publicado el 15/12/2019
Una guía de cara al estreno del episodio final
Se viene el estreno de "El ascenso de Skywalker" y Andrés Valenzuela desde Página 12 te explica todo lo que tenes que saber para entender la exitosa saga creada por George Lucas
La saga cada vez más expandida de la historia galáctica admite varios abordajes. ¿Por dónde empezar y por dónde seguir? Aquí se ofrece un detallado recorrido
Todo comenzó hace 42 años en una galaxia muy, muy lejana. En la Navidad de 1977 se estrenó Star Wars, que a la Argentina llegaría como La Guerra de las Galaxias. Ese día todo cambió. No es que antes no hubiera habido películas y series de enorme repercusión. Pero ninguna tuvo el alcance y la duración que desde entonces sostiene la creación de George Lucas. Star Wars se volvió un fenómeno autónomo, incluso, donde para muchos fans su propio creador no entiende cabalmente la obra. Y suena increíble, pero efectivamente hay fans que discuten con el artífice de la saga su interpretación sobre el relato. En lo concreto, este jueves se estrena El ascenso de Skywalker, noveno episodio de esta epopeya galáctica y, con ello, se cierra al menos el cuerpo central de la saga. Habrá, ya se sabe, series que cuentan caminos alternativos, hechos paralelos, historias olvidadas, pero la columna vertebral de Jedis, la lucha entre la luz y la oscuridad, entre totalitarismos y resistencias y la genealogía de los Skywalker se dirime ahora.
A estas alturas cuesta creer que alguien haya podido esquivar toda referencia posible a la Guerra de las Galaxias. Cualquiera tiene al menos un somero conocimiento sobre Darth Vader y los sables luz, aunque no conozca los pormenores del tránsito entre la Vieja República y el Imperio o los padeceres y renunciamientos del camino de la Fuerza. Pero es perfectamente posible que haya espectadores que no vieron la saga entera y fans que deseen verla de vuelta antes del estreno de Episodio IX: El ascenso de Skywalker. Así que Página/12 pone a su disposición una guía para acercarse a las películas de la saga.
Lo primero que conviene anticiparle al neófito en la materia es que las películas no fueron estrenadas “en orden”. A finales de los ’70 George Lucas no contaba con la tecnología para filmar los primeros capítulos de la saga en las condiciones que él consideraba apropiadas. Tampoco estaba muy seguro del éxito de la primera película (nadie, en verdad, confiaba en su éxito y su presupuesto no hacía suponer gran cosa). Así que se decantó por empezar a contar todo desde el medio. El cuarto episodio comenzaba una nueva línea argumental, podía entenderse sin los tres anteriores y, en la planilla de gastos, resultaba más manejable. De modo que en 1977 estrenó Star Wars. Episode IV: A New Hope (La guerra de las galaxias. Episodio IV: una nueva esperanza), con los protagónicos de Mark Hamill, Carrie Fischer y Harrison Ford. Ya se sabe: fue un éxito rotundo, vendió merchandising a carradas (cosa que enriqueció a sus actores, que firmaron por parte de las regalías, ya que la producción no tenía dinero suficiente para cubrir el cachet que les hubiera correspondido) y derivó en las siguientes dos películas.
Mucho después, en 1999, George Lucas volvió a su saga más emblemática y lanzó, ahí sí, los episodios I, II y III. Pero Lucas siempre aseguró que eran nueve episodios. Los últimos empezaron a llegar de la mano de Disney Co. (que compró Lucasfilms) y JJ Abrams en 2015. Esta mescolanza lleva a que muchos fans armen trabalenguas indigeribles para aclarar a cual de las trilogías se refieren. Para los más jóvenes, las “nuevas” Star Wars no son “nuevas”. Son Star Wars y ya. Las otras son “las viejas”. Para los más entrados en años, la trilogía original es la del medio y pese a que tenga 20 años, las “precuelas” de 1999 en adelante son “las nuevas Star Wars” y la trilogía que cierra mañana, las “nuevas-nuevas”. Se entiende, entonces, que no haya un acuerdo generalizado sobre cómo ver la saga. ¿En qué orden conviene volver a visionar las aventuras de los Skywalker y las desventuras de los jedi?
Para el propio George Lucas, el orden correcto es el cronológico de la propia historia. “Sólo porque tomó mucho tiempo filmarlo no significa que no deba ser hecho en ese orden”, asegura el director y productor. Este abordaje, disculpará el demiurgo, tiene algunas contras. La principal es que arrancar la saga por Episodio I es empezar por la película más floja. Y no es que la siguiente mejore mucho. No está bien insistirle a alguien con “mirate seis horas de película floja que después mejora”. Además, muchos de los conceptos que tira Lucas en Episodio I no vuelven más tarde o no son suficientemente relevantes (hola Jar Jar Binks), y aunque ya hoy todos conocen los lazos filiales de Luke Skywalker, el orden cronológico echa por tierra el golpe de efecto de su revelación en Episodio V: El imperio contraataca.
La primera alternativa es ver la saga en orden de lanzamiento de las películas, que es el modo en que los primeros fans la vieron. Es decir, arrancar por los episodios IV, V y VI, ir a los episodios I, II y III y de ahí volver a saltar temporalmente hasta el VII, el VIII y el IX por estrenarse. Es incómodo, sí. Pero tiene un problema adicional: entre episodio III y VII el hiato es demasiado amplio y no aporta mucho en términos narrativos. Por eso existe otra alternativa más.
Este problema se soluciona con el “Orden de Rinster”, así llamado en honor al fan que supuestamente lo propuso. Este orden propone comenzar por los episodios IV y V, saltar a los tres primeros y luego retomar del sexto al noveno. Tiene sentido. El Rinster tiene una versión “Machete” que elimina el Episodio I y está pensado para los fans que odian de todo corazón lo que George Lucas hizo en esa película. El problema con el abordaje Machete es que el espectador se pierde de ver a Anakin como un niño inocente y deja de lado varias de las pérdidas que eventualmente justifican su viraje hacia el Lado Oscuro.
Además de las películas centrales de la saga, hay otros elementos a considerar: las series animadas y las películas spin-off (Rogue One y Solo: A Star Wars Story, que desde aquí se sugiere verlas antes que Episodio IV). En cuanto a las series animadas, el canon sugiere ver las seis temporadas de La guerra de los clones entre Episodio II y Episodio III (aun está en curso), mientras que The Mandalorian (aún en curso y por ahora sólo en la plataforma de streaming Disney+) convendría verla tras la caída del Imperio a finales del Episodio VI. Lo mismo debería suceder con Star Wars Resistance, otra serie animada que aún no se lanzó. En cambio las aventuras de Obi Wan, Star Wars Rebels y Cassian, las tres también inéditas, quedarían cronológicamente justo antes de la trilogía original (episodios IV a VI). Sí, es arduo ser amante del completismo y el visionado cronológico en una saga en eterno crecimiento. Para sobrellevar el esfuerzo, mejor un bowl muy, muy grande de pochoclos y viajar a una galaxia muy, muy lejana. Para entender la aventura de este modo, sólo queda encomendarse a los caminos de la Fuerza.
Cuestión de definiciones
A muchos cultores de la ciencia ficción les rechinan los dientes cuando escuchan que La guerra de las galaxias es una “de ciencia ficción”. Porque tiene naves -es cierto-, pero si hay algo bien alejado del andamiaje de la saga es el apego al rigor científico. Lo de la galaxia muy, muy lejana, en todo caso, es “ópera espacial”, de acuerdo a la definición que el propio George Lucas ofreció en alguna ocasión y que muchos de los productos oficiales de la saga señalan. Y por “ópera” no debe entenderse a ese género teatral, sino a las “soap operas” de la televisión estadounidense, más vinculadas a la teleserie con ribetes dramáticos que a señores y señoras cantando en trajes ampulosos. Las aventuras que propone el universo pergeñado por Lucas suceden en planetas exóticos y el espacio entre ellos. Pero lo que cuentan es un melodrama familiar con componentes místicos (la Fuerza). La definición, sin embargo, se fue volviendo insuficiente con el paso de los años. Porque sólo la saga central es efectivamente “space opera”. Si Star Wars propone contar un universo entero, entonces ahí caben todos los géneros. Por eso Rogue One puede (debe) verse como una película bélica, Han Solo como una de mafiosos y la flamante The Mandalorian es un western.
Por otro lado, la elección de géneros para contar estos relatos paralelos a la saga no es casual. Son todos géneros de los cuales el relato original tomó elementos. El submundo criminal de la galaxia ya estaba ahí, lo mismo que la organización militar y los duelos en territorios donde apenas hay más ley que la del blaster son centrales en cada película. Y claro, ahí también estaba la aventura.
Se puede entender la saga como teledrama galáctico, pero también como una aventura de estructura aristotélica hiper clásica. Y puede parecer una referencia muy oscura, pero en el capítulo dedicado al director de juego de su juego de rol, la sugerencia para estructurar las aventuras era precisamente esa: una aventura aristotélica en cinco o siete actos con elementos fundamentales: una persecución, un peligro, un tiroteo y ambientes extremos, cautivantes a la imaginación.
Así, casi cualquier tipo de historia cabe dentro de la mitología. ¿Un viaje de iluminación? Cualquier aspirante a Jedi puede protagonizarlo. ¿Un relato nihilista sobre la futilidad de la guerra? Cualquier mercenario o cazarrecompensas del Imperio podría guiar la historia. ¿Intrigas palaciegas? ¿Cyberpunk post-apocalíptico? ¿Un buen fin del mundo? Todas esas posibilidades, y cualquier otra que se le ocurra al lector, caben en al menos algún planeta de la galaxia. Y ahí radica buena parte de la Fuerza de la saga.
La mugre es importante
Puede parecer un detalle meramente estético, pero si algo importa en la propuesta narrativa de La guerra de las galaxias es la mugre y el polvo, que transmiten esa sensación de frontera, fragilidad y abandono. Si la Resistencia tiene épica, es porque actúa en inferioridad de condiciones y sin margen para embellecimientos de ningún tipo. Lo curioso es que gran parte de esa estética es un acierto que deriva de las condiciones de producción de la primera película de la saga (es decir, de Episodio IV: una nueva esperanza, en 1977).
George Lucas, ya se sabe, tenía muy poco dinero para producirla y crear los efectos especiales. Visto a la distancia, gran parte de lo que consigue en esa película es un logro fruto de la creatividad propia y de sus asistentes. Los famosos sables luz, elementos indispensables, eran un rejunte de piezas de descarte: un carburador roto de allá, un tubito de aquella cocina vieja, botones de una calculadora abandonada por acá y así. Hay documentales donde los creadores de props de las películas cuentan cómo construían cada elemento. Son una delicia de ver, pero también son referencia insustituible para los fans más rigurosos que quieren replicar a la perfeccción esos objetos. En pantalla, en tanto, conseguían un efecto particular: las naves rebeldes no inspiraban mucha confianza, cada sable luz estaba personalizado para su portador (esto se justifica más tarde, en el universo expandido, asegurando que cada Jedi debía construirse su propio sable) y todo transmitía una sensación de “me sostengo por la fe”, antes que de tecnología de punta. El Halcón Milenario funciona tanto por un cableado interminable y el combustible que compran sus tripulantes como por los golpes al tablero que los pilotos deben darle cada tanto.
Por eso la trilogía de precuelas se siente “menos” Star Wars que las otras. Es un mundo más brillante, una galaxia que todavía no sufrió la guerra y donde hasta el bajo mundo es más glamoroso. La trilogía de cierre, en cambio, recupera el polvo sobre los objetos, la idea de que la situación es frágil y hay que atarla con alambres. Porque aunque en la galaxia ya no gobierna el Imperio, los años de reconstrucción de la Nueva República quedaron truncos con el ascenso de la Primera orden y la transformación de la Rebelión en Resistencia. Y en esos detalles, JJ Abrams demostró que entiende la saga incluso mejor que su creador.
Fuente: Página 12